Pedrito tenía un miedo irracional a la Luna llena, desde siempre.
Pensaba que podía caérsele encima, o algo peor. Pero hoy era Halloween, y
Pedrito quería salir a jugar con sus amigos, y disfrazarse… pero no
podía: ¡era Luna llena! Finalmente sus amiguitos le convencieron, y él,
reacio, salió de casa en su busca. Al principio no dejaba de mirarla de
reojo, pero luego se tranquilizó, y justo entonces, pasó.
La Luna se hizo más y más grande, le salieron ojos y una sonrisa
terrorífica con dientes afilados. Cuando Pedrito la vio casi le da un
patatús. Empezó a correr en dirección a su casa pero la Luna voló tras
él hasta que, ¡zas!, lo consiguió atrapar entre sus manos, y le dijo: “Pedrito, soy la luna y hoy vas a ser mi cena”. Pedrito
tartamudeaba y temblaba, llorando a mares con hipos y todo. La Luna,
sorprendida ante el susto de Pedrito, vio que tal vez la broma se le
había ido de las manos… un poco, relajó su redonda carita y le dijo: “Perdóname
Pedrito, no tengas miedo, ¡yo no soy mala! Y no te voy a comer, es solo
que como hoy es Halloween, también quería disfrazarme, como vosotros
los niños. Pero no tienes que asustarte de mí, yo solo trabajo dando luz
por la noche”.
La Luna soltó a Pedrito y le dio un empujoncito suave,
despidiéndose con una tímida sonrisa. Pedrito, con los ojos como platos,
empezó a caminar hacia casa. Y de pronto se dio cuenta de una cosa:
¡nunca más volvería a tenerle miedo a la Luna! El gran susto que había
tenido le había servido para darse cuenta de que esta nunca le haría
mal. Desde entonces, cada noche la miraba y se despedía de ella antes de
acostarse, ¡aún hoy lo sigue haciendo!
Y Colorín, Colorado, este cuento de miedo, se ha terminado